El Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una vida plena y bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por la muerte, sino que pueda madurar y crecer hasta su plenitud. El hombre es como un caminante que, atravesanto los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva, fluyente y fresca, capaz de referescar en profundidad su deseo profundo de luz, de amor, de belleza y de paz. (Papa Francisco, Mayo 2013)